BiografÃa de Julio Cortazár
Nacio el 26 de agosto de 1914. Fue un escritor, traductor e intelectual de nacionalidad Argentina, se lo concidera como un maestro del relato corto, la prosa poética y la narración grebe.
Vivio casi toda su vida en Argentina, y una buena parte en Europa, fallecio en ParÃs el 12 de febrero de 1984
Los amigos
En ese juego todo tenÃa que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que habÃa que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargarÃa del trabajo, Beltrán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento, escuchando el noticioso, se acordó de que habÃa visto por última vez a Romero en San Isidro, un dÃa de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero eta un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondrÃa Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenÃa ninguna importancia y en cambio habÃa que pensar despacio en la cuestión del café, y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si habÃa que creer en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos, la torpeza de la orden le daba una ventaja: podÃa sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salÃa bien evitarÃa que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejarÃa de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacÃan las cosas como era debido -y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo- todo quedarÃa despachado en un momento. Volvió a sonreÃr pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.
Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenÃan el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no querÃa fumar, pero sentÃa la boca seca y le daba rabia.
A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció enseguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardarÃa en cruzar la calle y llegar hasta ahÃ. Pero a Romero no podÃa pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como habÃa previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido.
La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvÃa, y dio la vuelta por TacuarÃ. Manejando sin apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero habÃa sido la de un tal Beltrán, un amigo del hipódromo en otros tiempos.
Este cuento es un tipo de cuento policial, porque tiene un crimen